Me fumé el sentido del ridículo, me esnifé la vergüenza, me tome un mojito cargado de humor, al día siguiente tuve resaca, pero daba igual, ¿¡qué coño
importaba ya todo!? Estaba dispuesta a hacer lo que fuera, así que cogí la jeringuilla, y me inyecté por vena algo llamado felicidad.
martes, 21 de junio de 2011
Noches en las que te acuestas tal y como Dios te trajo al mundo: llorando y sin tener ni puta idea de la vida.
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